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El último Taxista del Universo. ( o "El Guardián del Volante Torcido")

Cuentos / Pláticas de café

Por: Lisi Esnaurrízar


En el año 3145, la humanidad había conquistado lo inconquistable: colonias en Marte, ascensores espaciales, viajes en agujeros de gusano con escala en Saturno, No pedían comida: la imprimían en 3D. Y no viajaban: se teletransportaban (aunque a veces tu suegra llegaba dos minutos antes que tú… y eso era peor que perder una maleta).


Las ciudades flotaban, los autos se conducían solos, los relojes cuánticos te avisaban cuando ibas a tener hambre… La perfección era casi total. Casi, porque ahí estaba él: El último taxista del universo.


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La Federación Intergaláctica de Tráfico había intentado eliminarlo decenas de veces. Los vehículos autónomos reducirán los accidentes al 0% —decían los ingenieros. Y lo lograron… hasta que aparecía el taxista, y las estadísticas se quebraban como un parabrisas mal asegurado.


Con su CosmoNissan Tsuru 5000 —un vehículo que ya era fósil cuando todavía existían los memes en Facebook—, recorría los bulevares orbitales con la gracia torpe de un meteorito borracho. Frenaba en seco frente a asteroides para “dejar al pasaje en la esquina” y se metía en carriles prohibidos de Saturno porque “por aquí es más rápido, jefe, se lo juro”.


Los algoritmos de tránsito colapsaban, pero nadie se quejaba. Al contrario: había fila para viajar con él. Los físicos, resignados, publicaron su veredicto: aquel taxista no manejaba mal; manejaba con una lógica cósmica aún indescifrable.


Sus giros imposibles en avenidas rectas fueron descritos en el estudio encargado por la federación como “atajos multidimensionales”. Sus frenones abruptos, como “ajustes gravitacionales”. Y cuando bloqueaba la salida de un puerto espacial diciendo “es tantito, jefe, nada más recojo un marcianito”, en realidad estaba equilibrando el eje del cosmos.


Una pasajera una vez le preguntó:

—¿Por qué no maneja derecho como todos?

Él sonrió, mostrando los dientes manchados de tanto café interplanetario.


—Manejar derecho es de máquinas. Y las máquinas no entienden que el universo necesita curvas.


Y después empezó una disertación sobre: Si todo fuera recto, el universo dejaría de girar; porque como buen taxista, él lo sabía todo. —contó la pasajera cuando atestigüó en el juicio que la Federación interpuso contra él.


El Consejo Supremo después analizar todo, se rindió y dejó de luchar contra él. Declaró que no debía ser eliminado, sino protegido y fue nombrado: Guardían del desorden necesario.


Y mientras la humanidad se perdía en la perfección de sus algoritmos, él seguía conduciendo con un volante torcido, recordándoles que la vida —como el cosmos— solo existe porque se permite doblar donde no hay curva.


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